La Pastalinda y el encanto de las cosas bien hechas

Existe cierto encanto en la acción de utilizar determinados elementos para hacer ciertas cosas. Una herramienta -por ejemplo, una pico de loro- puede ser sólo eso, o ser la pico de loro que era del abuelo. Aplica a los más variados utensilios: un instrumento musical, un tocadiscos, una cafetera. Todas aquellas cosas que vengan acompañadas de la herencia, la nostalgia y cierta tradición le darán un sabor distinto al “hacer”, aún cuando el producto final sea el mismo.

La Pastalinda tiene varias de esas cualidades. Creada hace más de 70 años por el inmigrante italiano Augusto Prot, todavía conserva el diseño original y, con él, la sensación de ser una herramienta hecha para durar. El acero inoxidable, las formas prolijas, los bordes suaves, el peso, la robustez del mecanismo: si esta Pastalinda moderna no es igual que la que tenía la abuela, es porque posiblemente sea mejor.

Aunque el aumento exponencial en las ventas se produjo durante la cuarentena, la expansión de Pastalinda venía de antes. Jonathan Romero, descendiente de Don Prot, había cuestionado la tradición familiar: Pastalinda funcionaba bien, producía 4000 unidades al mes y estaba posicionada como un genérico dentro del rubro: si es una máquina de pastas, es una Pastalinda. Pero Jonatha, casi como una premonición, pensó que invertir en tecnología, aumentar la producción, sumar colores, agregar un catálogo de accesorios y abrir un local podían ser buenas ideas.

Hacer pasta es, quizás, una de las comidas más simples de preparar. Con un huevo y 100 gramos de harina por persona (también hay quienes agregan algo de aceite) se puede obtener la materia prima ideal. Cocinar puede ser una carga, pero si se tiene las herramientas adecuadas puede convertirse en un plan perfecto. ¿O acaso unos fideos hechos en la misma Pastalinda que usaba la abuela no son siempre más ricos?