La historia oficial -porque todo gran invento parece tener una- cuenta que un día el diseñador japonés Kikuo Ibe sufrió una gran pérdida. Su primer reloj, que había sido un regalo de su padre, se le cayó al piso y se rompió. Pero como buen hijo de su tierra y de su cultura, Ibe supo tomar esa caída como un estímulo para diseñar algo nuevo. Ibe quería inventar un reloj indestructible. La premisa que le presentó a su equipo de trabajo fue llamada Triple 10: el reloj debía soportar una caída desde 10 metros, una presión bajo el agua de 10 bares y su batería debía durar al menos 10 años. Como puede imaginarse, los ensayos fueron a prueba y error, arrojando relojes por la ventana del baño de su departamento, en un tercer piso. Ibe destrozó más de 200 y estaba a punto de rendirse cuando vio jugar a una niña con una pelota de goma, que rebotaba contra el piso y nunca se rompía. Y eso fue todo lo que necesitó para resolver el enigma.
En el contexto que da una gran sala de reuniones del Madison Square Garden, en Nueva York, Kikuo Ibe parece aún más pequeño de lo que es. Podría comportarse como uno de tantos diseñadores actuales, que después de creer que inventaron algo empiezan a comportarse como estrellas de rock megalómanas; pero no. Ibe conserva el bajo perfil que cualquiera podría imaginar en un hombre japonés de 65 años. Luego del eshaku -una inclinación oriental que luego combina con el más occidental apretón de manos- invita a sentarse a la mesa, y vuelve a contar la misma historia que con su voz suave recita desde hace 35 años. La cuenta con naturalidad, sin presumir de su tenacidad ni de su ingenio ni de las mil millones de unidades de su invento vendidas hasta hoy.
La tecnología parece ser algo delicado, mientras que la resistencia y la indestructibilidad parecen ser atributos más duros, ásperos. ¿Fue difícil combinar esos elementos?
Lo que fue realmente complicado fue resolver cómo absorber un impacto sin que el reloj se rompa. Pero hubo un día en el que, después de haber hecho algunas pruebas, vi a una niña jugando con una pelota. Esa pelota, justamente, era algo frágil y suave, pero resistente. Eso me inspiró a meter un reloj dentro de una pelota y ver cómo reaccionaba a los golpes. Ahí empezó todo.
¿Cómo fueron las pruebas para probar la resistencia del G-Shock? ¿Cuántos rompió antes de llegar al definitivo?
Las pruebas fueron simples: empecé a tirar relojes por la ventana del baño de mi casa, que estaba en un tercer piso. Hubo más de 200 relojes que quedaron totalmente destruidos antes de llegar al que soportó la caída. Entre el comienzo y el objetivo pasaron dos años.
Más allá de la historia de su padre, el G-Shock parece llevar consigo varias de las premisas de la cultura japonesa. La innovación, su tenacidad para no rendirse, el resistir los golpes de la vida, el nunca quebrarse y el respeto por cierta forma de ancianidad ¿Encuentra alguna relación? No parece ser una simple coincidencia…
La idea era diseñar un reloj que fuera indestructible, no hubo nada más que eso. Ahora, quizás con la perspectiva que da el paso del tiempo, pueda interpretarse así. No creo puntualmente que en ese momento yo hubiera podido relacionarlo con algo así, pero quizás ahora –gracias a esta pregunta- me esté dando cuenta de algo que no sabía. Me gusta la idea, voy a usarla de ahora en más (risas).
¿Este tipo de tecnología es aplicable a otros dispositivos? En la actualidad todo lo que es tecnología parece estar relacionado con los celulares, ¿pero por qué todavía no hay un teléfono móvil que sea indestructible?
Hace 15 años diseñamos un celular similar al reloj, que cumplía con las mismas premisas; pero la compañía decidió salirse del negocio de la telefonía porque es demasiado competitivo. Nos dedicamos a hacer lo que mejor sabemos hacer. Aún así, hace dos semanas lanzamos una cámara similar a la GoPro, pero mucho más resistente. Así que sí, puede trasladarse a otras áreas.
Con 35 años de historia, ¿cuál es el secreto del éxito de su reloj? ¿Cómo hizo para seguir vigente cuando el objetivo principal -ser indestructible- ya estaba cumplido?
El objetivo se cumplió, pero tanto el producto como el consumidor evolucionaron. Los vendedores notaron que a la gente le encantaba, que era elegido por ser un artículo funcional, pero también como un objeto de moda. Incluso muchos diferentes profesionales –gente que hace buceo, deportes extremos, aviadores o militares- lo elegían porque les resultaba útil. Podían sumergirse y el reloj seguía funcionando, no tenían que preocuparse por eso. Los escuchamos, y gracias a eso pudimos desarrollar nuevos modelos con nuevas funciones. Hoy hay relojes con GPS, Bluetooth, que se alimentan con energía solar, que se complementan con el celular o que actualizan su hora de acuerdo a en qué lugar del mundo se esté; y todo eso sin siquiera tocar un botón. Existen antenas que detectan el lugar y lo sincronizan con el huso horario.
Con todo eso hecho, ¿por qué todavía sigue trabajando?
Gran pregunta. Supongo que mi principal motivación es ver que las personas siguen conformes y felices con el reloj que inventé; y por eso busco darles siempre algo más. Pero también es bueno seguir trabajando y estar al tanto de todas las nuevas tendencias. Es una buena forma de aprovechar el tiempo, pero también de ganarse el respeto, ese respeto que viene con el paso del tiempo y la ancianidad.
Publicada en La Nación.