Algunas veces, cuando se habla de la unión entre un deportista y una marca, pareciera que esa relación siempre fue perfecta. Y la sinergia creada entre Michael Jordan y Nike es el mejor ejemplo de ello. Hechos a imagen y semejanza con la fuerza de la publicidad, parece imposible pensar que al comienzo se trató de un amor no correspondido. Pero lo cierto es que ese matrimonio resultó, y hoy es imposible pensar en el uno sin el otro. Juntos se convirtieron en el modelo a seguir para atletas y marcas, al punto tal de que Hollywood se disponga a dar su propia versión de esa historia en AIR (una película con dirección de Ben Affleck) pero vale preguntarse, ¿qué queda por contar, a casi 40 años de aquel momento?
El problema de las películas basadas en hechos reales es que no siempre representan a la realidad. Entre la versión de uno, de otro y la verdad tal cual ocurrió muchas veces se genera algo parecido a una leyenda, a un relato deformado o magnificado por la fantasía o la admiración. Durante años Nike nos contó que aquellas zapatillas Air Jordan habían sido prohibidas por la NBA. Y no hay mejor publicidad que una prohibición. ¿Pero realmente fue así o apenas hubo un intercambio de opiniones que se transformó en algo más grande, imposible de contener?
Los visionarios
La NBA de los ‘80s y la NBA actual están separadas por mucho más que cuatro décadas. El básquet era un deporte jugado por minorías y tampoco había demasiado público en los partidos. Sin un contrato de televisación nacional ni un contrato formal con alguna marca deportiva, la liga se ahogaba en su propia falta de autoestima y de financiamiento. Pero alguien dijo showtime, y Magic Johnson y los Lakers (muy bien retratados en “Tiempo de Ganar”, la serie de HBO) le dieron un shock de adrenalina a una liga que agonizaba. La llegada del talento y el carisma de Michael Jordan al básquet profesional terminaría por delinear el futuro del deporte, pero no lo harían sin otra figura fundamental en esta historia, alguien que no calzaba zapatillas ni vestía musculosa: David Stern.
Stern ejerció el cargo de Comisionado de la NBA desde 1984 hasta 2014, años en los que la liga se transformó en un producto de exportación. Su visión del negocio por detrás del deporte dejó atrás casi por completo las peleas y los escándalos de drogas de los jugadores, y puso al básquet estadounidense en el mapa, al incluirlo en competencias internacionales como los Juegos Olímpicos. ¿Qué es lo que define a un visionario? Ver las cosas cuando los demás no pueden hacerlo.
Las primeras zapatillas aparecieron en un tiempo inexacto, a fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Se las utilizaba para hacer deportes como el tenis y un muy incipiente básquet, y estaban destinadas a un público que tenía tiempo libre como para hacer deportes, y que al mismo tiempo tenía la capacidad económica para comprar un calzado exclusivo para ese fin. Hacia el fin de la Segunda Guerra el panorama cambió: en un mundo dividido y empobrecido, las zapatillas eran usadas por los niños, y perdieron su estatus. “Nadie en Harlem quería usarlas porque las usaban los pobres”, dice el diseñador Dapper Dan en el documental “Banned. The Legend of AJ1”. Pero en la década del ‘70 eso cambió con el running como deporte, pero también cuando las celebridades -Mick Jagger, Woody Allen, Farrah Fawcett- empezaron a usar zapatillas.
Nike forjó su espíritu rebelde cada vez que decidió asociarse con deportistas diferentes al resto. El corredor Steve Prefontaine y el tenista John McEnroe fueron, cada uno en su momento, ejemplos de lo que la marca quería transmitir. No se trataba sólo de vender zapatillas, sino de sumar adeptos. La marca como religión.
El chico
En 1984 algunas marcas calzaban a distintos jugadores, pero ninguna lo hacía a cambio de una gran cantidad de dinero. Converse tenía a Larry Bird, Isiah Thomas y Magic Johnson. Todos eran contratos por pocos miles, incluso el de Adidas con Kareem Abdul-Jabbar, que para ese entonces ya había sido elegido seis veces como MVP. Para convertirse en la marca número uno del mundo, Nike tenía que meterse en el segmento del básquet, pero los consumidores la veían como una marca sólo hacía zapatillas para correr. Rob Strasser, vicepresidente de marketing de Nike, llamó a Sonny Vaccaro, su consejero en temas de básquet, para pedirle un consejo.
– Tienen que firmar con el chico- dijo Vaccaro.
– Pero tenemos 500.000 dólares y queremos contratar a tres- respondió Strasser
– No, sólo necesitan uno, y tienen que darle todo lo que tengan- insistió Vaccaro.
Adam Silver, actual comisionado de la NBA, recuerda a Jordan como un jugador austero: “No recuerdo haber pensado, cuando lo vi en la universidad, que podría estar viendo al futuro mejor jugador del mundo”. Son varios los que coinciden en que era bueno, y que no era un jugador llamativo, si no más bien un jugador de equipo.
De hecho, en el draft de 1984 (la selección pública de jugadores que hacen los distintos equipos de la NBA) Jordan ni siquiera fue la primera opción. El nigeriano Hakeem Olajuwon y el estadounidense Sam Bowie estuvieron antes en las preferencias. Recién después le llegó el turno a los Chicago Bulls, y eligieron a Jordan. “Si hubiéramos sido primeros, seguramente hubiésemos elegido a Olajuwon”, admitiría años después Kevin Loughery, entonces entrenador de los Bulls.
En Nike sabían que contratar a Jordan no iba a ser fácil. MJ había calzado Converse durante toda su carrera universitaria -de hecho, ganó su primera medalla olímpica en 1984 con estrellas en sus pies- y la marca que más le gustaba era Adidas, de manera que desde el vamos existía un conflicto. Pero Converse no quiso invertir ni un dólar más de los que ya ponía en decenas de jugadores de la liga, y Adidas no estuvo dispuesta a ofrecer nada diferente a lo que le ofrecía al resto de sus jugadores. Y Jordan quería ser distinto. El conservadurismo de las dos marcas más grandes le allanaron el camino a la joven Nike, aunque todavía tuvieran dudas de que ese jugador novato elegido tercero en el draft podría ser su salvación.
Jordan viajó a Oregon junto a su agente David Falk, y sus padres, James y Deloris. Seguía metejoneado con Adidas, por lo que el viaje lo hizo bastante malhumorado. En Nike habían preparado un video con sus mejores momentos, muestras de ropa con el nuevo logotipo con su nombre y los trasladaban en limusina por todos lados, aún cuando sus finanzas estaban desnutridas. Pero Michael ni siquiera sonrió. Hubo que convencer al representante, a los padres y al chico. Y Falk, que al parecer ya tenía todo bastante pensado, propuso un nombre: Air Jordan. Y Deloris, que en la familia Jordan era quien tenía la última palabra, le dijo a su hijo que tenía que firmar.
El aire como símbolo
“Siempre me fascinó la idea de verlo volar y correr en el aire” -recuerda Peter Moore, creador de la Air Jordan- “y eso conectó con el air”. Moore no era diseñador, pero era bueno solucionando problemas, y sabía que la cámara de aire tenía potencial, aún cuando Nike había introducido esa tecnología por primera vez en las Tailwind, unas zapatillas para correr lanzadas en 1979, y que habían fracasado. Pero Jordan no iba a promocionar una zapatilla: iba a tener la propia. Y eso no se había hecho nunca antes. Jordan ni siquiera había jugado un partido en la NBA.
Una de las cosas que más le preocupaban a Jordan era, justamente, el aire. Nike había tenido éxito con las Air Force 1, la primera zapatilla de básquet con cámara de aire, pero tenían una suela alta, y eso no le gustaba a MJ. Sentía que lo podía despegar del suelo, y a él le gustaba sentir el piso. “En el 84 Nike no era una compañía que vendiera diseños, hacían mejor el marketing que cualquier otra cosa”, recuerda Moore. Las siluetas de aquel entonces eran bastante simples -suela de goma, capellada de cuero o lona- y no incluían demasiada tecnología. Y fue Moore quien encontró la manera de insertar ese aire sin separar al jugador del piso. “La estética era secundaria, lo más importante era cómo funcionaban, pero aún así se me ocurrió quebrar la barrera de los colores y darle a los jugadores algo diferente”.
Moore salió a la calle, miró a los jugadores callejeros y miró las zapatillas de ese entonces: la ropa era de colores pero las zapatillas eran todas blancas. Miró también la camiseta de los Bulls. Diseñó un logo con alas y una pelota de básquet, y concluyó que unas zapatillas negras y rojas era algo que nunca se había visto. Una rara forma de irreverencia cromática.
Jordan no dijo que eran lindas ni feas: dijo que eran los colores del diablo. Le pidió a Falk volver a intentar con Adidas, por lo que el agente decidió ser pragmático y poner los dólares sobre la mesa. El acuerdo sería por U$S500.000 anuales por 5 años, con la posibilidad de adquirir acciones de la empresa y un bonus por ventas, que le darían otros 7 millones durante ese tiempo. Jordan firmó y se ató los cordones.
La prohibición
El 25 de octubre de 1985 Nike recibió una carta firmada por Russell Granik, comisionado adjunto de la liga, que decía que “las normas y procedimientos de la NBA prohíben el uso de determinada zapatilla negra y roja marca Nike, utilizada por el jugador de los Chicago Bulls Michael Jordan alrededor del 18 de octubre de 1984”. Por ridículo que parezca, existía una norma de uniformidad que establecía que los jugadores debían llevar zapatillas blancas. “No sabíamos porqué existía esa regla, pero la teníamos”, recuerda Stern.
El encuentro al que hace referencia la carta fue un partido de pretemporada, puesto que la competencia para los Bulls empezó el 26 de octubre. El partido en cuestión fue frente a los Knicks, en el Madison Square Garden, y efectivamente Jordan usó unas zapatillas negras y rojas, pero no fueron las Jordan 1, sino las Air Ship, un prototipo sobre el que había trabajado Moore. Lo más probable es que las Jordan todavía no estuvieran listas. “Habíamos hecho alrededor de 25 pares de Air Ship sólo para él”, recuerda Moore. Los documentos fotográficos de la época lo demuestran: Michael usó unas zapatillas con esos colores, pero que no fueron esas zapatillas que todos piensan. Las únicas fotos que sí existen de Jordan usando las Jordan bred (acrónimo de black-red), son de un concurso de mates (volcadas), donde también estaba permitido usar cadenas de oro.
Ya había antecedentes de colores prohibidos. Joe Namath, un jugador de fútbol americano, fue multado por usar zapatillas blancas. Aquella prohibición provocó una verdadera locura por sus zapatillas Puma. Quizás con la misma intención, Nike aprovechó la ocasión para realizar una publicidad de bajísimo presupuesto con el jugador picando la pelota, y colocando rectángulos negros sobre sus zapatillas. “El 15 de septiembre Nike creó unas zapatillas revolucionarias. El 18 de octubre, la NBA las sacó del juego. Afortunadamente no pueden prohibir que las uses”, decía. La leyenda cuenta que Jordan siguió utilizando las zapatillas prohibidas, y que Nike se hizo cargo de pagar los U$S5000 de multa por cada partido en el que el jugador transgrediera las reglas. ¿Cuántas veces Jordan rompió esa regla? Nadie lo sabe.
Las Jordan no cumplían con las reglas y procedimientos de la NBA, pero nunca fueron prohibidas. Sí, en cambio, fueron prohibidas las Air Ship, pero como ese modelo no estaba destinado a salir a la venta, alguien vio una oportunidad y no dudó en modificar el guión, o quizás la mismísima realidad. Mientras tanto, Jordan empezó a utilizar las Jordan 1 en algún momento de noviembre de 1984, y salieron a la venta en abril de 1985. El precio de U$S65 resultaba algo prohibitivo entonces.
La belleza de esta leyenda urbana es que podría recaer sobre cualquier modelo, y aún así no perder ni un poco de su atractivo. Hoy, que las Jordan 1 originales se venden por millones en subastas, resulta imposible no pensar en alguno de esos 25 pares de Air Ship hechos especialmente para él. Qué habrá pasado con ellos es el misterio definitivo. El Santo Grial de las zapatillas.
Publicada en La Nación Revista, marzo de 2023.-