Llevamos ya casi un siglo usando alguna de las diferentes versiones del plástico, un material omnipresente y sin el que muchos de los objetos que usamos a diario no serían posible, pero que por su resistencia trae enormes problemas de contaminación cuando no se recicla
En momentos en los que el planeta avisa que es tiempo de hacer algo frente a la contaminación, la sola mención de la palabra plástico genera ciertas incomodidades. El plástico no tiene buena prensa, ¿pero qué sería de nosotros -y de tantas actividades diarias y de objetos cotidianos- sin el plástico? ¿De qué estarían hechas las cosas que usamos, además de madera, vidrio, metal, algodón, piedra y goma, entre otros? El plástico está en todos lados -desde el tablero de un auto hasta en los precintos de alambre recubiertos que sirven para cerrar bolsas- y es en el uso donde se define qué tan bueno o qué tan malo puede ser. Pero hay una cosa que es cierta: casi todas las piezas de plástico fabricadas a lo largo de la historia todavía existen.
¿Qué son los plásticos?
En general denominamos plásticos a todos aquellos materiales que tienen la propiedad de la plasticidad, es decir, que pueden deformarse sin llegar a romperse. La palabra en sí misma es muy descriptiva: Según la RAE, plástico significa “que se puede modelar fácilmente”, y por eso llamamos así a todas los materiales que tienen esa propiedad, ya sea el que se usa para fabricar una tarjeta de crédito o una placa estabilizadora de una zapatilla. Botellas, teclados de computadora, vajilla, auriculares, sorbetes, cápsulas de café, hisopos, teléfonos celulares, envases varios, bolsas y el cosito de la pizza: todos objetos que son, o que contienen, distintos tipos de plásticos.
Para continuar resulta conveniente armar un pequeño glosario simplificado de tres términos que no son tan frecuentes entre las personas comunes. Existen los monómeros (moléculas) que se convierten en polímeros (sustancias compuestas por distintos monómeros) mediante la polimerización (proceso químico en el que los monómeros se agrupan químicamente entre sí, dando lugar al polímero). El polímero es, en definitiva, eso que llamamos plástico.
Los polímeros pueden ser naturales, como el caucho, o sintéticos, como el poliestireno (telgopor); y es en este último caso en el que son derivados del petróleo. En el último tiempo aparecieron plásticos biodegradables, que al final de su vida útil se transforman en dióxido de carbono, agua y biomasa. Muchos plásticos parecen lo mismo, pero son distintos: PET (tereftalato de polietileno), PVC (cloruro de polivinilo), HDPE (polietileno de alta densidad), LDPE (polietileno de baja densidad), PP (polipropileno) y PU (poliuretano) son ejemplos de polímeros con usos específicos, pero que generalmente llamamos plástico.
Los plásticos no son nuevos
El término “polímero” fue propuesto en 1833 por Jöns Jacob Berzelius, uno de los padres de la química moderna; y la primera producción industrial de poliestireno cristal fue realizada por BASF, en Alemania, en 1930. Aún cuando se considera que el proceso de vulcanización creado por Goodyear es el comienzo de esta historia, hay consenso en considerar que el primer plástico sintético comercializado fue la baquelita, en la década de 1950.
Creada por el belga Leo Baekeland, fue la primera resina sintética con aplicaciones prácticas en el hogar (teléfonos, enchufes, mangos de ollas y sartenes), y se la considera la iniciadora de la era del plástico.
En la década del ‘60 todas las maderas, cartones y vidrios que se usaban en envases se empezaron a reemplazar por el plástico; en los ‘70 reemplazaron algunos metales livianos y ya en los ‘80 la producción de plásticos aumentó un 620%. Se diversificó hacia otras áreas, como la salud, la indumentaria y el hogar. Las industrias y las universidades investigaron nuevos usos, y llegaron prácticamente a todas las áreas. Al 2020, la Asociación Europea de Productores de Plástico produjo un total de 367 millones de toneladas, que se suman a los 60 millones de toneladas producidas en Estados Unidos.
En los últimos 50 años la industria del plástico creció de forma sostenida, incluso hasta convertirse en una industria más grande que la de los metales o el acero. El plástico se fue incorporando en todos los estratos, desde la parte industrial hasta la parte agrícola, y en la vida cotidiana. Sirve para vestirnos, para hacer juguetes y para envasar productos. “El fenómeno es de tal envergadura que nunca en la historia de la humanidad se ha visto un descubrimiento tan importante. Esto, por supuesto, es positivo, pero trae aparejadas cosas que no lo son tanto”, dice Vera Álvarez, vicedirectora del Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales, del Conicet Mar del Plata.
El problema: los descartables
Si alguien sabe de buenos y malos usos ese es Daniel Giacoponello, gerente de planta de Colombraro, el apellido que se convirtió en sinónimo de plásticos. “El plástico tiene mala fama cuando hablamos de plásticos descartables, porque nadie va a tirar un balde al agua, pero sí mucha gente deja un vasito de plástico en la playa”, dice. El problema, para Giacoponello, es de educación y de políticas públicas: “El 100% del plástico es recuperable y reciclable. Si la gente supiera, como sucede en otros países, que hay que separar los residuos y que el plástico se puede recuperar, sería mucho más fácil hacerlo”, agrega.
En Colombraro la política es no desperdiciar ni un gramo de material: “Todos los recortes, o productos con fallas se vuelven a moler, separar por colores y a utilizar como materia prima”, dice Giacoponello. En Colombraro se producen entre 12 y 15 toneladas por día de artículos de plástico, y podrían producir el doble si la situación fuera mejor. La firma tiene aproximadamente 3000 moldes que sirven para armar alrededor de 1300 artículos. Dentro de ellos, hay toda una línea de productos hechos con materiales reciclados, que cuestan más baratos que los fabricados con plástico virgen.
Se calcula que en la Argentina una persona consume un promedio de 55 kilos de plástico por año. Un montón. Pero el problema no es sólo el consumo, si no qué sucede con esos plásticos después de ser desechados. “El conflicto está en el consumo de plástico en aplicaciones que no necesariamente son las más adecuadas”, dice Vera Álvarez. “Lo ideal sería que tengamos a estos materiales como aliados para nuevos materiales y desarrollos, y no como enemigos”, agrega.
Según la Organización de las Naciones Unidas, sólo el 9 por ciento de los desperdicios de plástico son reciclados. El problema -está claro- somos nosotros, y no el plástico en sí mismo. ¿Y si hoy es el día en el que nos hacemos cargo?
Publicad en La Nación, mayo de 2023.-