En este 2022 cargado de corrección política ya no está tan bien visto mezclar cuestiones deportivas con políticas, pero en 1986 -en un mundo que era otro mundo y en el que el recuerdo de la Guerra de Malvinas todavía estaba fresco- entonar “juremos con gloria morir” antes de un partido frente a Inglaterra tenía peso. Y es por eso que todo lo relacionado con el Mundial de México ‘86 hoy adquiere otra dimensión. Más aún después de la muerte de Diego Maradona y más todavía en estos días, en los que la camiseta que utilizó el Diez en ese partido mítico podría ser subastada (se dice) en hasta 7 millones de dólares. El Santo Sudario argentino cuesta millones. ¿Pero por que la selección lució sobre su camiseta en ese torneo el gallito francés de Le Coq Sportif, y no las tres tiras de Adidas? Toda historia tiene otra historia.
En la década del ‘70 el negocio de Adidas funcionaba a la perfección en la Argentina y el mundo. Esto se debía en parte a la genialidad de su fundador, Adi Dassler, pero también a la astucia y habilidad para los negocios de Horst Dassler, uno de sus hijos. Horst se había hecho cargo de la empresa familiar con el objetivo de expandirla hacia el mundo. Desde Dettwiller, un pequeño pueblo de Francia cerca de la frontera con Alemania, había fundado la filial francesa de la marca desde donde operó hasta hacerla crecer en los Estados Unidos. Pero también aprovechó la distancia con su familia para hacer lobby en la FIFA y en el COI, y para invertir las ganancias en otras marcas deportivas. Arena, Pony y Le Coq Sportif formaban parte de su portfolio oculto.
Horst y la Argentina se llevaban bien. Gatic, la empresa de Eduardo Bakchellian, tenía la licencia de Adidas desde mayo de 1969. Según cuenta en su libro “El error de ser argentino” (2000, Galerna), pasó de fabricar 20 pares de zapatillas por día a 5 millones por año en la década del ‘90. En un país en el que apenas existían las casas de deportes, Gatic reinvertía todas sus ganancias, era el sponsor oficial de la selección argentina de 1978 y exportaba hacia el mundo productos de la marca alemana, pero de fabricación nacional. Pero el almirante Carlos Lacoste, presidente del Ente Autárquico Mundial 1978, tenía otros intereses. Como Horst.
Negocios paralelos
Según el libro “Atlas de camisetas” (2017, Planeta) de Cune Molinero y Alejandro Turner, la primera marca visible en una camiseta de la selección fue Adidas, en 1974, la misma con la que saldría campeona en el ‘78; pero que en 1982 pasó a ser Le Coq Sportif a cambio de la irrisoria suma de 72 mil dólares anuales. El cambio de marca fue atribuido a que Lacoste, a nombre propio o de un testaferro, era el dueño de la licencia de la marca francesa en la Argentina.
“Lacoste ganó mucho poder con el Mundial, tal es así que llegó a ser nombrado vicepresidente de la FIFA. Entonces, en septiembre del ‘79, presionó a la AFA para que cambiara de Adidas (Gatic acá) por Le Coq Sportif”, dice Eugenio Palópoli, autor del libro “Los hombres que hicieron la historia de las marcas deportivas” (2014, Blatt & Ríos). “LCS casi no tenía presencia en la Argentina, de hecho la ropa que usaba la selección era importada y no se comercializaba en el país”, agrega. El reemplazo de las camisetas originales -pesadas y gruesas para el verano mexicano- por las más livianas y genéricas, azul brillante, a las que se les cosieron a mano los logos y números- es algo que se vio muy bien representado en las series “Sueño Bendito” (Prime Video) y “El doctor del fútbol” (HBO Max), y cuya historia fue muy repasada en estos días, a propósito de la subasta de Sotheby’s.
Pero de alguna forma a Lacoste le servía que la selección usara Le Coq. El almirante no sólo influyó en la elección de la marca, si no también en la llegada de Julio Humberto Grondona a la presidencia de la AFA. Después del mundial ‘82 y con la vuelta de la democracia, Lacoste cayó en desgracia, y Bakchellian le pidió a Horst Dassler que le diera a él la licencia de la marca, pero Horst no lo hizo para no exponerse ante su familia, en Alemania. “Esa marca, inactiva por décadas, tuvo la fortuna de ganar el mundial del ‘86 con Maradona, y nosotros quedamos fuera de eso”, escribió Bakchellian en su libro.
Las cosas quedaron como estaban y con bajo perfil hasta después del Mundial ‘86, cuando Gatic vuelve a insistir para que se le otorgue la licencia, algo que finalmente ocurre en 1987. Para ese entonces las otras herederas de Dassler -Inge, Brigitte, Karin y Sigrid- habían decidido salir del negocio y unificar la empresa bajo el mando de su hermano Horst, el amigo de Havelange y Blatter. La idea era combatir el asedio de marcas como Nike, Reebok, New Balance, Avia y, claro, Puma. Pero Horst enfermó de cáncer y murió el 9 de abril de ese año, hace 35 años. Fue el último de los Dassler en estar al frente de la compañía antes de que fuera convertida en una sociedad anónima.
Gatic se mantuvo estable durante la mayor parte de los ochentas. Su debacle comenzó con la hiperinflación y, sobre todo, con el ingreso indiscriminado de productos importados durante la década del ‘90. La justicia decretó su quiebra varios años después, en 2004.
El gallo francés, hoy
La pregunta del lector, a esta altura, seguramente sea si es posible conseguir hoy un producto con tamaña carga emocional como fue la camiseta de México ‘86. Con la nostalgia como pilar argumental de gran parte de la industria de las marcas deportivas, y en pleno año mundialista, sería esperable que cualquier casa de deportes ofrezca la clásica casaca coronada de gloria. La respuesta es sí, y también no.
La empresa ID Argentina, que es la licenciataria de Converse en el país desde 2005, anunció en 2021 que era el nuevo representante de Le Coq Sportif en el país. El plan es poner en valor a la marca, no sólo desde su presencia en el deporte, si no también en todo el el segmento de lifestyle y moda deportiva. Fuentes de la empresa confirmaron a LA NACION que la presentación de la marca será en junio, y que para octubre -el mes maradoniano por excelencia- lanzarán una colección de edición limitada, que evocará la estética de México ‘86 desde un concepto emocional, pero con tecnología actual.
El año pasado, cuando se cumplieron los 35 años de “la mano de Dios”, Le Coq lanzó una edición conmemorativa de la indumentaria de 1986 que no llegó a la Argentina, donde hoy sólo se consiguen imitaciones y productos alternativos, como lo son esos dos primeros resultados que aparecen en el sitio de ventas online, por ejemplo; y que al buen ojo no respetan a las originales. La “remasterización” de aquella estética será resultado de un diseño y confección 100% locales, con los mismos estándares de calidad de Francia. La previa del Mundial de Qatar podrá vestirse de pura nostalgia albiceleste o azul. Será -además de la participación de Canadá, la primera desde 1986- una de esas coincidencias esperanzadoras que tanto disfrutan los argentinos.
Publicada en La Nación, abril de 2022.-