Resulta paradójico que, en un tiempo en el que el diseño tiene cada vez más importancia, ya sea como forma de expresión o como herramienta de marketing (basta con pensar en las tiendas de diseño, en el tan mentado “diseño de autor”, en la semana del diseño y en las múltiples carreras de diseño existentes) resulte todo un desafío poder vivir del diseño en la Argentina. O del diseño industrial, al menos. La historia de Gustavo Stekolschik y de Matías Zuckermann está repleta de esas contradicciones, salvo en un punto: ambos estudiaron lo que les gusta, ambos trabajan de lo que saben y ambos viven de lo que hacen. Todo eso con una sola premisa: el color negro.
Aunque por definición el negro no es un color, Gustavo y Matías se las ingeniaron para crear un universo de productos de lo más variado para darle vida a NegroTM, que no es una marca de ropa, ni de accesorios, ni de bazar, ni de marroquinería: es una marca de todo. “Negro surgió con las ganas de despuntar el vicio, de relajar un poco el trabajo que veníamos haciendo a nivel corporativo, y de poder hacerlo sin límites”, dice Matías. Junto a Gustavo durante 20 años -con Perfectos Dragones, su primer proyecto- habían fabricado de todo, desde textiles hasta marroquinería y productos de inyección.
¿Qué hace un diseñador industrial?
El diseñador industrial básicamente diseña objetos, trata de mejorar la funcionalidad de objetos existentes, y a veces se dedica a la invención de objetos para alguna nueva necesidad que se haya generado. De hecho, en este tiempo de pandemia, todos los diseños de máscaras más complejas, son desarrollos de diseñadores industriales. Un diseñador industrial está involucrado en el diseño de un auto o de un mueble, y entre ellas un universo de cosas, desde lo textil hasta (como hizo Philippe Starck) pastas, es decir, un fideo. La carrera está armada como para diseñar en otro país, con otro tipo de posibilidades y otra clase de industrias; y nosotros queríamos ver cómo sería diseñar y fabricar acá.
(Casi) todo es negro
¿Alguna vez alguien recibió como presente un objeto -un bolso, un vaso o botella térmica, una remera, una libreta, una lapicera o una gorra- y dijo “qué lindo, lástima que viene con el logo de tal o cual empresa”? NegroTM surgió hace dos años como una marca que toma muchos de esos productos, los mejora en calidad y en funciones, y les brinda una estética uniforme en su conjunto, y distinguida en lo individual. “Generamos un universo de productos que puedan funcionar como regalos o para darse gustos propios“, dice Matías. Y más allá de la cuestión comercial y de que los productos tengan que tener rotación y sean rentables, no quieren acotar, sino ampliar: una bicicleta, un skate, una guitarra. “Para eso nos juntamos con alguien que ya fabrique guitarras o bicicletas, claro, y en el camino vamos encontrando los productos que más gustan”, agrega.
Y lo que más gusta es tan amplio como un equipo de mate, o un tapabocas funcional, o un vaso fernetero, o una mochila, o un hoodie o un set de asado. “NegroTM es un concepto” -dice Matías- “obviamente es un color que va bien con todo, pero también responde a la idea de toda una línea de productos básicos, en los que paradójicamente no se vea la marca. Y también es una forma de hablarle a nuestros clientes cada vez que reciben un envío: ‘Gracias, negro'”. La estética -desde el feed de Instagram y la web hasta las etiquetas y el packaging- son fundamentales.
Todos los productos textiles son fabricados en la Argentina, y también parte de las mochilas y bolsos. También el set de mate, algo que se vende mucho. Los termos y botellas térmicas son un ejemplo concreto de algo difícil: para poder producirlos en el país haría falta montar una línea de producción completa. “En general para las cosas que nosotros hacemos se utilizan varias fábricas, y nosotros gerenciamos esa fabricación”, explica Matías. “El diseñador industrial desarrolla una metodología de pensamiento que lo lleva a través de diferentes productos, el tema es poder aplicarlo en un país como Argentina. En el exterior es un trabajo de escritorio, de proyección; mientras que acá nos involucramos en lo publicitario, lo marketinero y en acompañar todo el camino, dado que acá no está todo tan resuelto”.
La idea de que para que algo sea bueno tiene que ser importado choca con cada etiqueta “Made in China” de miles de productos que se venden en el país. Matías explica esa dualidad así: “En China uno manda un diseño y ellos entregan el producto terminado. Por ejemplo, les mandás una mochila de muestra y ellos te devuelven un container repleto de mochilas con todas sus partes, listas para vender. En Argentina, en cambio, hay que armar un circuito que involucra primero a la materia prima, luego a los avíos de metal por otro, la estampa en otra y así. Quizás el producto terminado llega después del décimo proveedor; y al intervenir tantas fábricas, se maneja un nivel de informalidad importante”.
Fabricar en la Argentina
Sin la necesidad de tener un local a la calle y apoyados en el hecho de que durante la cuarentena la gente se acostumbró mucho más a comprar por internet, Gustavo y Matías se propusieron volcar todos esos hipotéticos gastos en la calidad de sus productos. Las tiendas hoy venden a todo el país, no sólo a un barrio o una ciudad, y lo hacen sin intermediarios. “Nosotros ofrecemos un producto de calidad internacional, un producto que vos lo veas y no tenga nada que envidiarle a una mochila puesta en cualquier país y que pueda competir con cualquier otra. Y hay muy pocos proveedores en la Argentina que estén acostumbrados a fabricar a ese nivel de calidad”, dicen.
El ejemplo chino vuelve otra vez: “el mundo fabrica en China, y eso es porque China ofrece todo tipo de calidades, desde la A hasta la Z. Las marcas de primer nivel fabrican en China y las marcas de último nivel, también. Y además, la industria china es facilitadora, casi todo se puede hacer. Agregar bolsillos, sellados e impermeables a un producto no tiene demasiado costo; mientras que acá es un vaivén constante. Y en esta época, además, faltan materias primas, componentes o cambian mucho los precios”.
El camino del diseñador industrial está en el trabajo en una empresa en relación de dependencia o en el camino de emprender, y esto último está ligado a la fabricación. “Este no es un país que pague por el diseño, sino que paga por el producto. Difícilmente alguien pueda vivir vendiendo diseño en la Argentina, porque es muy difícil explicarle a la gente el valor de algo intangible”, dice Matías. Saben que ni la buena calidad, ni el buen diseño ni la buena atención aseguran nada, porque además hay que tener el componente extra de la suerte. “Aún así, no sabemos hacer las cosas de otra forma”, agregan.
¿Qué aprendieron en todo este tiempo?
Cuando haces las cosas bien, en general te va bien. Creemos que en todos los negocios pueden aparecer problemas, pero la diferencia es cómo se reacciona ante ellos. Y que los detalles -en un diseño o en la manera que le hablás a un cliente- son importantes.
Publicada en La Nación, diciembre de 2020.-