Primero lo primero: ¿qué define la calidad de un producto? ¿Qué es bueno y qué no lo es? ¿Es válido modificar una obra artística que representa un momento y lugar precisos? Hablar de remasterizaciones conlleva el surgimiento de muchos interrogantes, para los que ya existen algunos argumentos “prearmados”: que hay que adaptarse a los nuevos medios y formas de escuchar música, que sirve para mejorar el sonido, que es útil para que las discográficas mantengan actualizado su catálogo (y por ende, para que las nuevas generaciones accedan a un producto adaptado a sus oídos) y -finalmente- porque es un buen negocio. La leyenda Remastered es más que una etiqueta en la tapa de un disco: es una reflexión obligada acerca de los procesos técnicos y las determinaciones artísticas y comerciales que acompañan al proceso de creación, producción, grabación, edición y presentación de un producto discográfico. Y aún con todo esto, ¿de qué hablamos cuando hablamos de remasterizaciones?
“La masterización hace referencia a un proceso que viene después de la mezcla en las grabaciones nuevas (recién realizadas) y que busca optimizar la calidad de audio de cada canción y a la vez encontrar un concepto sonoro integral para todo el proyecto musical”, explica Andrés Mayo, ingeniero de mastering, responsable de más de 1500 títulos entre los que se encuentran álbumes de Seal, Steve Hunter, Charly García, Gustavo Cerati, Luis Alberto Spinetta y más. “La remasterización es un mejoramiento de la calidad de sonido de grabaciones antiguas, que por distintas razones no llegan a la altura del estándar de audio comercial”, finaliza, no sin antes aclarar que los argumentos para hacer una remasterización son casi siempre comerciales, mientras que para una masterización son más bien artísticos.
El ingeniero de sonido Eduardo Bergallo –creador de Mr. Master, el primer estudio de mastering de la Argentina- coincide con esa afirmación: “La remasterizacion de discos que sonaban bien, y ahora se los dosmiliniza, no me interesa, me parece una movida comercial. En general los discos no suenan mejor, sólo un poco mas fuerte, y con mas brillo, lo cual no necesariamente está de acuerdo al criterio de producción de la obra original”, especifica. “Creo que es importante respetar la originalidad de la obra, en la forma y el momento en que fue concebida”, opina Fernando Palestro, de Estudios del Garage, responsable de la grabación y producción artística de numerosas bandas under (y no tanto), como Guillermina, Cadena Perpetua y Boom Boom Kid, Coverheads, Liers and Cheats, y de varias cortinas de programas televisivos.
Tanto para Palestro como para Bergallo la masterización y remasterización implican fundamentalmente cuestiones técnicas. “Las decisiones artísticas ya están tomadas hace rato, en la pre-producción, grabación y mezcla”, explica Palestro. Bergallo hace una salvedad: “En general, con el mastering, terminamos de redondear el concepto de producción, si es que no se alcanzó en la etapa de mezcla”. Más cercano a esta postura se encuentra Mayo, quien cree que la masterización implica decisiones artísticas “mucho más allá de lo que la gente supone”, fundamentadas en la necesidad del ingeniero de inmiscuirse en otras etapas de la producción del disco, para que las grabaciones y mezclas lleguen a la etapa final lo más pulidas posible. “Este ida y vuelta previo a la masterización ayuda mucho a saber dónde están parados a nivel de calidad de audio, sobre todo en las producciones caseras al estilo home studio, en las que muchas veces lo que suena bien allí no se traslada a la vida real”, redondea.
Lo cierto es que no todo se puede remasterizar, porque para ello es fundamental contar con las cintas (o pistas digitales) originales. El grave problema está en la conservación de los masters originales, que en muchos casos se perdieron o no se mantuvieron en buen estado y hoy son inutilizables. Si se cuenta con ese material, puede hacerse, aunque Bergallo se planta firme en una cuestión: “Si suena bien, no lo toco, aunque si quieren que suene fuerte a expensas de sacrificar la dinámica, les doy mi consejo y que el cliente tome la decisión final”. Palestro lo explica como un interrogante ligado al tema de los gustos personales planteado al comienzo: “si se trata de un producto que ya lleva años incorporado y aprobado por la gente, y que tuvo éxito tal cual es, ¿por qué cambiarlo o intentar arreglar cosas que quizás a vos no te gusten y a mi me encantan?”
Aunque no haya una regla ni un único motivo, suele atribuirse el mal sonido a las malas mezclas o pocos medios técnicos de años anteriores. “El mastering antes del 94 no existía como lo conocemos ahora”, dice Bergallo, y agrega que “cuando viajé a masterizar Colores Santos a Fuller Sound, me di cuenta que podía armar un estudio así en Argentina, y desde hace varios años en el país hay tecnología similar para masterizar igual que en Estados Unidos y Europa”. Aunque, como dicen muchos, es el indio y no la flecha: “el disco Acariciando lo áspero de Divididos, grabado y mezclado por Amílcar Gilabert en 1991, suena excelentemente en cualquier reproductor y yo no lo modificaría en absoluto”, ejemplifica Mayo. Hechas las aclaraciones, la vuelta a una de las preguntas iniciales es inevitable: ¿Qué es mejor? ¿Qué es peor? Quizá la reflexión de Palestro dé una pista: “cuando pongo un disco que me gusta, intento disfrutarlo y nada mas. Sería increíble poder volver a hacerlo como antes, cuando todo esto era algo desconocido para mí. Y si pongo algún disco remasterizado seguramente es porque sigue siendo un clásico que marcó o que cambio el rumbo de la historia, al menos de la mía. Cuando es así, no puedo dejar de concentrarme en lo que está transmitiendo cuando suena, porque creo que todo pasa por otro lugar donde todas estas cuestiones nada tienen que hacer”.
Publicada en Rolling Stone Argentina.