La historia está llena de caprichos. Es probable que James Naismith jamás haya pensado qué tan lejos llegaría su invento y que Marquis Mills Converse nunca se haya propuesto ser un ícono de nada. Pero lo cierto es que en diciembre de 1891 Naismith -canadiense, profesor de educación física, eso que hoy todos llamarían “emprendedor”- un día de lluvia ideó un juego para mantener activos a sus estudiantes durante los duros inviernos de Springfield, Massachusetts. Con dos canastas de duraznos y una pelota de fútbol inventó un deporte de equipo, en el que los jugadores debían encestar la pelota en la canasta contraria. Casi al mismo tiempo -en 1908, en realidad- y casi en el mismo lugar -en Malden, Massachusetts- el señor Converse fundó la Converse Rubber Shoe Company, una empresa que fabricaba calzados con suela de goma para el invierno pero que en 1915 se volcó al calzado deportivo. Y aunque durante parte de la Primera Guerra Mundial dejó la producción de zapatillas para fabricar botas térmicas, en 1917 aparecería la zapatilla que cambiaría todo, que todavía permanece casi inalterable y que sería la primera en traspasar la barrera del deporte para convertirse en un ícono, en una silueta registrada y largamente imitada. La Converse All Star, la zapatilla más vendida de la historia, la perfecta combinación entre goma y lona que sirve para cualquier ocasión.
La evolución del básquet fue seguida muy de cerca por el avance de las All Star, casi en simultáneo. El deporte creció a través de las escuelas secundarias y de las universidades, y esa popularidad fue aprovechada (y a la vez promovida) por la empresa. Un joven jugador hizo uso de sus habilidades en el juego y de su carisma, y no sólo transformó su nombre en una marca, sino que se convirtió en el primer “influencer”. Chuck Taylor tenía 18 años cuando empezó a jugar de manera semi profesional. Además daba clínicas en escuelas y universidades, lo que lo colocó en un lugar de cierta popularidad. Cuando golpeó las puertas de Converse lo hizo con una queja: le hacían doler los pies, por lo que propuso introducir dos modificaciones en el diseño. Primero presentó una plantilla de goma, para tener mayor amortiguación; y luego sugirió dos orificios a la altura del arco, para tener mejor ventilación y que el calzado no sea tan caluroso. El parche de cuero en el tobillo continuaría en la cara interna con la función de proteger los tobillos del roce y los golpes. Una tecnología precaria, pero tecnología al fin.
El carisma de Taylor lo hacía irresistible. Si alguien buscaba un trabajo como entrenador, lo llamaba a Chuck. Si alguno necesitaba alguna referencia sobre un jugador, lo llamaba a Chuck. Y si alguien preguntaba por las mejores zapatillas para jugar al básquet, también lo llamaba a Chuck. La popularidad de Taylor creció tanto que en 1932 (el mismo año en el que se creó la FIBA) Converse incluyó su firma en el parche del tobillo, con una parte de ella a cada lado de la estrella. Desde ese momento las All Star fueron conocidas como Chuck Taylor, o simplemente Chucks; y se convirtieron en el estándar del calzado para jugar básquet. En 1936, año en el que el basquetbol fue introducido como deporte olímpico, todos los jugadores del seleccionado de Estados Unidos llevaban Chucks. Fue en esas olimpiadas organizadas por el Tercer Reich que el equipo ganó la medalla de oro. Todavía faltaban 10 años para que la NBA fuera creada.
Una cuestión de actitud
Las All Star siguieron ligadas al básquet, pero la aparición de otras marcas y la evolución de la moda la fueron situando en distintos planos. Las Chucks evolucionaron hacia otros modelos y otros materiales, e incorporaron tecnología conforme estuvo disponible en el mercado y a medida que las zapatillas se convertían en algo más que zapatillas. Michael Jordan utilizó las Fastbreak antes de ser un deportista con marca propia, y con ellas ganó una medalla dorada en Los Angeles 84. Las Pro Leather y las Weapon calzaron a Magic Johnson y a Larry Bird, entre otros, en una época en la que las zapatillas de básquet empezaron a caminar más allá del rectángulo de parquet. Llegaron incluso a los pies de una estrella como Axl Rose, que en plena década del 90 tuvo un modelo con su nombre, y que fue tan exclusivo que sólo fue fabricado para él. Más cerca en el tiempo, las Chucks también reencarnaron en las las Chuck II, y comparten ADN con las las recién lanzadas All Star Pro BB, el regreso de la marca al deporte profesional.
Con la comodidad de saberse clásicas, las Chucks acompañaron la evolución de los jóvenes también desde la moda. Aún hoy miran desde un pedestal a todas las otras zapatillas que se precien de rockeras y rebeldes. A principios de la década del ’50, James Dean comenzó a usar jeans con zapatillas Jack Purcell, un modelo muy similar a las Chucks, aunque no tan conocido, y que hoy también forma parte del catálogo de Converse. Los jóvenes intentaron imitar el estilo con Chucks, lo que las hizo visibles a los ojos de todos. No es casual que Marty McFly, cuando viaja a 1955, use estrellas y no sus zapatillas de 1985.
Aún con excepciones, el precio de las All Star las convierte en uno de los calzados más democráticos que hay. Las Chuck Taylor formaron parte del uniforme de Kurt Cobain, George Harrison, Ramones, Slash, Rocky Balboa, The Strokes y Eleven, la joven con habilidades psíquicas de Stranger Things. En épocas en las que las zapatillas son objetos aspiracionales, más valorados como artículos de moda que por lo que son, no parece un dato menor saber que los pies también pueden calzar historias. Algunas de ellas con más de 100 años.
Publicada en La Nación.