Albuquerque y la vida real

“Mucha gente viene a buscar algo que finalmente no hay, y se va un poco desilusionada”, dice Yvette. No es una queja, sino una especie de boca de urna que recoge durante sus recorridos como conductora de Uber. A bordo de su Cadillac blanco de motor híbrido con Wi-Fi, ella está acostumbrada a recibir consultas del estilo: “¿Qué tan lejos estamos de la casa de Walter White?” o “¿dónde están el cartel de Saul Goodman y la estatua de la Libertad inflable?”. Porque así como Seinfeld supo confeccionar su propio mapa ficcional de Nueva York y Rocky hizo el suyo con Filadelfia –y 90210 con Beverly Hills, Californication con Venice Beach y The Wire con Baltimore, y los ejemplos siguen– fueron Breaking Bad y Better Call Saul las que pusieron a Albuquerque a la vista de todos en el radar televisivo. Tanto como para que no queden dudas de que ni Breaking Bad ni Better Call Saul serían iguales en cualquier otra ciudad. Albuquerque es un personaje más de la historia, pero ¿cómo es la ciudad de la metanfetamina azul sin la metanfetamina azul?

A esta altura del año, la Albuquerque real no se parece mucho a la de la ficción. Está nublado y hace frío. Por momentos, si se mira bien, desde el cielo cae algo que no parece nieve: es. En las afueras del Albuquerque Convention Center, un enorme y vacío centro de convenciones en el cuadrante sudoeste de la ciudad, todos aquellos que trabajan en la grabación de la tercera temporada de Better Call Saul (muy pronto, en Netflix) conforman la masa de gente más grande que se pueda encontrar en la calle por estos días. Es el horario del almuerzo, y todos –actores, técnicos, extras y productores– dejan por un rato el set de filmación montado en un viejo edificio público (también vacío) para hacer fila en busca de algo que ayude a entrar en calor. En un día con 3°C de temperatura, el plan es rodar una única y larga escena en interiores. Son seis páginas de texto que involucran a cuatro actores y que apenas representarán cinco minutos en la pantalla. Un episodio completo requiere de ocho días de filmación.

Una de las curiosidades de Breaking Bad –y que se extiende a su spin-off– es que nunca se sabe en qué estación del año se sitúa la historia. Siempre hay sol, pero también siempre hay camperas, y en raras ocasiones se ven mangas cortas. En promedio, 280 de los 365 días del año son soleados, pero las temperaturas pueden variar de los 35° en verano (tolerables, debido a la baja humedad) hasta los –3 en invierno. Si Albuquerque es un personaje, el clima es su carácter, y en parte el responsable de imprimirle el sello distintivo a la fotografía de la serie. El sombrero negro de Heisenberg nunca hubiera aparecido si Bryan Cranston no hubiera tenido la necesidad de proteger su calva de los rayos de sol.

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Albuquerque es algo así como la Rosario de Nuevo México: es la ciudad más importante del estado, pero no su capital, que es Santa Fe. Heredera cultural e histórica del Virreinato de Nueva España, Albuquerque fue fundada en 1706 por los conquistadores españoles que dejaron su impronta en cada centímetro de la ciudad y de todo el sudoeste de los Estados Unidos. Esa es la explicación para nombres de ciudades como Las Cruces o El Paso (justo en la frontera con Texas); de avenidas como Tijeras o Las Lomas; de comercios como Espresso Fino, Hotel Andaluz o Coronado Mall. O Los Pollos Hermanos, claro. Aun así, resulta difícil encontrar personas que hablen español. “Albuquerque es un buen lugar para vivir, pero que está más acostumbrado a ver gente partir que a recibirla”, dice Dwayne, el conserje del hotel. “Quizás por eso la herencia se note más en lo permanente de las construcciones y no en la gente, que va y viene”.

Albuquerque parece una ciudad construida con Legos. Todas sus edificaciones –que en promedio no superan los tres o cuatro pisos, con alguna torre como excepción– remiten a las casas de adobe de la época colonial, y alcanzan para albergar a sus menos de 600 mil habitantes. No hay líneas curvas ni colores estridentes. El pantone de ABQ, como suelen llamarla los locales, encuentra sus límites en el ocre y el terracota. El gris plomo del asfalto luce siempre limpio y prolijo y los semáforos son respetados a toda hora. En Albuquerque hay más parkings que autos, lo que la convierte en una ciudad silenciosa y barata para estacionar: la estadía de 12 horas –cuando no es gratis, dado que cada restaurante, negocio o shopping tiene gigantescos espacios para dejar el coche– cuesta sólo 2 dólares.

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Desde el estreno de Breaking Bad en 2008, pero sobre todo desde su pico de popularidad entre 2011 y 2013, Albuquerque se convirtió en un gran parque de diversiones para los fanáticos de la serie, que todavía hoy contratan tours de 75 dólares (todo arriba de una RV similar a la cocina móvil de Walter y Jesse) para estar en los mismos lugares donde se rodaron las escenas. Claro que ni la residencia White, ni Los Pollos Hermanos (Twisters, en la realidad) ni el Crossroads Motel lucen igual que en la ficción. Quien sí supo sacarle provecho a la situación fue The Candy Lady, una tienda de dulces con 30 años de historia que abasteció de metanfetamina azul a la producción durante el rodaje de las dos primeras temporadas, y que todavía hoy tiene permitido ser la dealer autorizada de los que se prestan a formar parte de la historia. En ese lugar, además de hacerse de la preciada sustancia, es posible lookearse como Heisenberg y aprovechar el decorado alusivo para jugar a ser un verdadero capo narco.

El merchandising relacionado con la serie, lejos de circunscribirse al mundo televisivo, actúa como una amalgama entre ficción y realidad. Si bien ni Los Pollos Hermanos ni A1A Car Wash forman parte de esta dimensión, las tiendas de suvenires –en el aeropuerto o en el propio hotel– destinan un lugar destacado para las remeras, imanes, postales, tarjetas personales, pines y tazas de las marcas ficticias que ayudaron a viralizar la serie. El turista, que casi siempre será fanático, podrá recordar su paso por Nuevo México con un imán de Sandia Peak, pero también con uno de Vamonos Pest, la fumigadora ficticia de la quinta temporada. O podrá darse un baño con Bathing Bad, unas sales de baño azuladas, o comer unas donas con blue crystal como decoración. Da igual qué sea: Albuquerque no tiene otras referencias populares, por lo que la línea que separa lo real de aquello que no resulta cada vez más difusa.

Si alguien conoce de líneas difusas es Fran Padilla, la verdadera propietaria de la residencia White por más de 40 años. Fran y su marido cedieron –a cambio de dinero– el frente y el patio de su casa para la serie, y solían ser muy amables y hospitalarios con aquellos primeros cazadores de anécdotas que golpeaban a su puerta o que buscaban la foto perfecta para subir a Instagram; pero todo cambió cuando los visitantes empezaron a divertirse arrojando pizzas sobre el tejado. Resulta que en el episodio A Horse With No Name de la tercera temporada, Walter sale de su casa enojado porque Skyler no acepta comer una pizza de reconciliación con él, y la revolea con tanta suerte que queda perfectamente apoyada sobre el techo. “Fue el tiro del millón”, dijo Vince Gilligan sobre esa escena. Tiempo después, cuando se enteró que el tiro de pizza se había convertido en una suerte de deporte zonal, el propio Gilligan intentó calmar los ánimos diciendo que “no es nada original ni divertido tirar pizzas en el techo de esta mujer”. “La mayoría de las personas son muy respetuosas, el problema son los idiotas que arruinan todo para todos”, dice Fran, que sólo permite fotos desde la vereda de enfrente. Si bien el interior de la casa de los White era un decorado, la pileta trasera no lo es, y es por ello que fueron varios los que quisieron meterse. Fran tuvo que poner advertencias y cámaras de seguridad. “Realmente todo se nos fue de las manos.”

Algunos híbridos ficción/realidad, por el contrario, resultan simpáticos. La web Savewalterwhite.com que había creado Walter Jr. continúa online hasta hoy, aunque sin recibir donaciones. También funciona la app Rate My Professor como un boletín de calificaciones para los profesores allí ingresados, y que tiene un perfil creado por los estudiantes del profesor de química de la secundaria J. P. Wynne, Walter White. Como si esa escuela existiera (en realidad existe, pero no en Albuquerque) y el profesor también. Allí se lo puntúa con 4/5 estrellas, destacando su conocimiento sobrecalificado, su pasión por la química y su acalorada manera de enseñar, aunque “nunca explicó por qué su celular vibraba en el techo durante las clases”.

El tour clásico que recomienda Yvette (que aunque conozca de antemano esa desilusión vive de llevar y traer gente) es conocer la casa de Walter White, alguna de las casas en las que vivió Jesse, la oficina de Saul Goodman, el lavadero de autos y el Dog House, donde Pinkman hizo sus primeras transacciones de meta. “Pero hay muchísimas más –dice ella–. Algunos quieren conocer el lugar exacto del desierto donde Walter pierde sus pantalones, pero la verdad es que les resultaría caro y sería otro fiasco”. Otro pedido frecuente es saber dónde están las casas que Cranston y Aaron Paul compraron en Albuquerque, después de quedar enamorados de la ciudad, pero es algo que se mantiene en secreto, al igual que las locaciones ficticias de Better Call Saul. “No queremos que nadie deje más pizzas en ningún lado”, admiten en la producción.

Mantener cierta información a resguardo puede ser un buen recurso para no perturbar la tranquilidad de Albuquerque, pero lo cierto es que –al menos hasta el momento– Better Call Saul mira a la popularidad de Breaking Bad desde bastante lejos. Tanto en el hotel como en el Uber, en el restaurante o en el supermercado parecen estar al tanto de dónde queda la Argentina, pero no saben nada sobre Saul salvo que se la relacione con Breaking Bad. “¿Es un buen programa? Voy a tener que aprenderme las locaciones por si algún pasajero quiere ir”, dice Yvette.

Pero no todo es Breaking Bad ni Better Call Saul en Albuquerque. La fama de las series ayudó a que otros lugares y celebraciones de la ciudad adquieran otra dimensión. Y lo cierto es que Albuquerque tiene bastante para ofrecer, con la carrera de globos aerostáticos más grande del mundo, un equipo de baseball (los Isótopos, popularizados por Los Simpson) y zoológicos, trenes y museos. Los más viajados afirman que Albuquerque posee uno de los atardeceres más vistosos que puedan verse, en las Sierras de Sandía, donde cuando cae el sol el cielo se tiñe de color… sandía.

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Cuando Albuquerque comenzó a ser popular gracias a Breaking Bad, las autoridades locales no supieron cómo interpretarlo. Por un lado, la mayor llegada de visitantes prometía convertir a la ciudad en un punto turístico; pero por el otro, no querían que se piense a Albuquerque como un antro de drogas y traficantes. En un comienzo la historia iba a estar situada en Riverside, California, pero la producción se decidió por Albuquerque. Un lugar desconocido para la mayoría ayudaría a imprimirle un tono diferente y realista a la historia. Si bien nunca fue confirmado por Vince Gilligan ni por nadie de la producción, el hecho de que Nuevo Mexico posea el triste record de ser el segundo estado de los Estados Unidos con más muertes por sobredosis quizás haya inclinado la balanza.

Según un estudio del Centro Neuropsiquiátrico Sage de Albuquerque publicado en 2015, en Nuevo México las personas mueren más por hechos relacionados con el alcohol que por accidentes de tránsito o armas. Ocho de cada diez mueren por alguna causa relacionada con el alcohol, el tabaco o las drogas ilegales. Y el hecho de que los supermercados locales no vendan latas o porrones de manera individual (y sí con un mínimo de seis unidades a sólo 10 dólares) no parece ayudar mucho. “Es un acuerdo de los comerciantes de la zona, no sabría explicarte por qué, pero no puedo venderte una o dos cervezas, seis es el mínimo”, dice el cajero del Silver Market.

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“Breaking Bad tuvo la valentía de terminar en su mejor momento”, dice Patrick Fabian, quien interpreta al abogado Howard Hamlin en Better Call Saul, “y los espectadores fueron como junkies que necesitaban consumir todo lo que saliera de ahí”, agrega. Con BCS, Vince Gilligan parece haber tenido siempre en mente la idea de hacer algo totalmente diferente a BB. De hecho, fue pensada como una comedia, pero de a poco se convirtió en un drama familiar; y después de dos temporadas con más prestigio que popularidad, todo indica que la balanza empezará a equilibrarse. “Better Call Saul es un viaje moral –le explica Gordon Smith, guionista de la serie, a La Nación Revista–. Hay algo muerto dentro de Saul Goodman y la serie intentará mostrar qué es, pero no estoy tan seguro de que el destino de Saul sea Breaking Bad.”

“Estamos mucho más cerca, a más de la mitad de camino diría, de conocer al personaje por el cual todos empezaron a ver esta serie”, dice Bob Odenkirk, quien todavía es Jimmy McGill, pero aún no es Gene, ese empleado refugiado en rolls de canela en una cafetería de Omaha que se vio hacia el final de Breaking Bad. “Qué gran viaje sería conocer cómo Jimmy se convirtió en Saul, y luego en Gene… Tengo mis propias teorías y deseos (que comparto con los guionistas, claro) y me gustaría conocer la historia completa y que al final la transformación termine otra vez en James McGill, para cerrar el círculo”, admite Odenkirk, sin dar pistas ante el esperado estreno de la tercera temporada. Y agrega: “Es increíble cómo uno se olvida de los personajes que hubo en ambas series, y es muy divertido ver cómo se están conectando todos ahora para tener la foto completa. Después de todo, Albuquerque no es un lugar muy grande y todos deberían conocerse con todos, ¿o no?”.

Publicada en La Nación Revista