Gracias por venir. Acá están. Finalmente. Lo lograron.
Aunque lo repita todas las noches, no es una muletilla. Mientras recibe la ovación que cada noche da comienzo al programa, Jimmy Fallon aplaude a su público y lo felicita por haber conseguido estar ahí. Son 226 lugares cada día, en una ciudad de 10 millones de habitantes, y que recibe alrededor de 50 millones de turistas al año. Son 226 personas que dedicaron tiempo y apuro a reservar los tickets con un mes de anticipación, o que estuvieron dispuestos a madrugar o a seguir de largo para acampar en una de las entradas del Rockefeller Center, sobre la calle 49 de Manthattan, en Nueva York, donde todos los días se reparte la posibilidad (sí, apenas una chance) de poder presenciar la grabación de The Tonight Show Starring Jimmy Fallon, el programa más importante y codiciado de la televisión norteamericana, al que todos quieren asistir y al que todas las celebridades desean ser invitadas.
Si The Tonight Show funciona tan bien, es, en parte, porque nadie deja de hacer lo que tiene que hacer. Ni siquiera el área de Relaciones Públicas de la cadena NBC, que en febrero había recibido mi pedido para reportear a Fallon o, en su defecto, poder asistir a la grabación. “Jimmy no está disponible para notas, no puedo asegurarte entrar y no hacemos excepciones”, me explicaron con buenos modos, “pero si alguna vez estás en NY avisame y vemos que hay, aunque tampoco te recomendaría que vengas sólo para eso”, concedieron. Si bien el programa llega a la Argentina a través de DirecTV (lunes a viernes a la medianoche por OnDirecTV), tampoco existen acuerdos firmados con ellos respecto a entrevistas ni coberturas, y por eso las instancias posibles para entrar al estudio 6B, donde cada tarde a las 17 se graba en vivo el programa que se emitirá esa misma noche, se reducen a sumarme al grupo que espera en la vereda.
–¿Y a qué hora empieza a juntarse gente?– le había preguntado dos días antes a la cajera de la NBC Store.
–Si te animás, es alrededor de las 5, sobre la entrada de la calle 49.
–Gracias, me voy a animar.
También se animaron Jack y Claudia, una pareja de australianos que espera desde las 2.45 tapada con dos toallones, y que le da la bienvenida a cada uno que se suma a la espera. Detrás de ellos, dos amigas canadienses se acuestan sobre una manta en la vereda, y una pareja neoyorkina se mueve para entrar en calor. Otro, que llegó en solitario, como yo, se acompaña con música y sirve de guía para todos aquellos curiosos que preguntan para qué es esta fila. No es agosto y esto no es San Cayetano. Son las 5, hace 10 grados y ya tengo a 7 personas que esperan delante de mí, y seremos más de 70 a las 9, cuando empiecen a repartir los stand-by tickets, que no aseguran la entrada al show, pero sí la posibilidad de ocupar una butaca si alguno de los que hicieron la reserva durante el mes previo no se presenta a la hora indicada. ¿Estaré perdiendo preciosas horas para recorrer Nueva York o esto servirá de algo? A la hora señalada toman mis datos, me dan un ticket con un 8 manuscrito y las instrucciones para volver a las 15.30.
El gran salto
James Thomas Fallon nació el 19 de septiembre de 1974 en Brooklyn, hijo de Gloria y James, un veterano de la guerra de Vietnam, ambos católicos y de origen irlandés. Desde adolescente se sintió atraído por la música y por la actuación, y por ello tomó clases de guitarra y de teatro. A los 6 o 7 años el pequeño Jimmy consumía sus sketches favoritos de Saturday Night Live, el programa que sus padres grababan y que Jimmy reproducía una y otra vez, y con el que junto a su hermana Gloria hacía imitaciones en el living familiar. Le divertía personificar a Steve Martin, pero también a Rodney Dangerfield y David Steinberg, ambos comediantes frecuentes en The Tonight Show Starring Johnny Carson, el mismo programa que años después él terminaría conduciendo, pero con su propio nombre. Fallon no sólo miraba televisión: también estaba interesado en ella, en saber cómo funcionaba la industria por dentro y en conocer a sus protagonistas más allá de lo que mostraran frente a cámaras. “Ya no hay comediantes como ellos, y tuve la suerte de crecer en los 80, una época perfecta para hacer stand-up, todo el mundo tenía un show así o estaba en televisión haciendo reír”, le confesaría después al propio Steinberg, en su programa Inside Comedy.
Fallon empezó a hacer stand-up en la escuela secundaria, gracias a que su madre escuchó en la radio el anuncio de un concurso de imitaciones graciosas. Jimmy aprovechó sus dos minutos de performance improvisando un supuesto comercial de muñecos troll, con las voces de Bill Cosby y Jerry Seinfeld; y ese día no sólo ganó el concurso y recibió los 700 dólares de premio, sino que también definió lo que quería hacer en su vida. “Si en dos minutos pude ganar 700 dólares, tengo que ser comediante”, se convenció. También ganó el siguiente concurso al que se presentó, pero esta vez en vez de recibir dinero, se ganó un manager. El premio era un manager, quien a pesar de la resistencia inicial, se ganó su confianza cuando empezó a conseguirle lugares donde poder hacer sus actuaciones.
Luego de doctorarse en Comunicación, Fallon decidió audicionar para formar parte del elenco de Saturday Night Live, el clásico programa de los sábados a la noche de la NBC, que este año cumplió 40 años en el aire. Fallon participó en él por 5 años, durante los cuales fue especialmente reconocido por el segmento Weekend Update, casi un antecedente de lo que son sus actuales monólogos en Tonight. A partir de 2005 Fallon ocupó la mayor parte de su tiempo en el cine, con una serie de películas menores o que no tuvieron suerte, pero que lo pusieron en la mira del público joven, lo que lo llevó a ser el conductor de los premios MTV de ese año. El link con las nuevas audiencias ya estaba establecido.
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Ser el animador de The Tonight Show es la aspiración máxima de cualquier comediante estadounidense. Estrenado en 1954, se convirtió en una referencia obligada a la hora de hablar del formato late night, de la mano del histórico Johnny Carson, quien lo llevó adelante durante 30 años, y de Jay Leno, quien lo presentó durante 22 temporadas. Pero para llegar a Tonight (el programa del prime time), primero hay que pasar por Late Night (el programa posterior, casi de medianoche). O al menos eso dicen. Cada traspaso de mando estuvo rodeado de duras negociaciones, rumores, asperezas y tires y aflojes dignos de un episodio de House of Cards, de los cuales ni sus conductores ni la propia NBC salieron ilesos. Algunos de sus presentadores, como David Letterman y Conan O’Brien, eligieron cambiar de canal antes de ceder su lugar y lo que consideraban su derecho; y otros, como Leno, debieron aceptar que era tiempo de dejar la franquicia en manos más jóvenes. A comienzos de 2014, NBC anunció el retiro de Leno, y que Fallon –que ya conducía Late Night with Jimmy Fallon– pasaría al horario central.
Fallon, con su eterna cara de niño de 41 años, llevó a The Tonight Show a una escala global, no sólo porque le toca estar al frente del programa en una época de medios dinámicos, sino porque también supo establecer un diálogo con la audiencia no sólo a través del humor y los monólogos, sino a través de la actuación, el canto y el baile. Un artista integral, que propuso un regreso a los orígenes del programa, que comenzó con la decisión de que volviera a grabarse en Nueva York y no en Los Ángeles, a donde lo habían trasladado por cuestiones de negocio. También convocó como presentador a Steve Higgins, un conocido guionista y productor de SNL. Fallon entendió que las pantallas ya no están estáticas en el living de cada hogar, sino que los consumidores de contenidos ya eligen cuándo y cómo ver; y es por ello que la ecuación breve + bueno + contundente + empático resulta fundamental para que cada segmento de su programa se viralice al día siguiente a través de Internet. Fallon consiguió modernizar a un programa que llevaba 61 años en el aire, y se sabe responsable de hablarle no sólo al neoyorkino y al texano, sino también al francés, al mexicano y al argentino. Si bien su monólogo inicial (que todos los días ensaya con público) se nutre de lo diario y hace foco en la actualidad de los Estados Unidos, siempre busca la manera de que el remate sea tan amplio y simple como para que el link funcione en la mayor cantidad de cerebros posible.
El mejor bife
La cita era a las 15.30, pero somos varios los que damos vueltas más temprano por la planta baja del GE Building, en el Rockefeller Center. A un costado de la NBC Store, los mismos que durante la madrugada de hoy teníamos lagañas y cara de dormidos, ahora lucimos más limpios y prolijos, porque la entrada exige un dress code smart casual. A la hora señalada, me recibe Amber, y chequea que mi cara coincida con la del documento, y me ubica en mi lugar de la fila, el octavo. Todavía no sé si habrá ocho lugares libres, porque a Amber todavía no le dijeron cuántas personas no se presentaron. Mientras espero junto al resto, una mujer de rasgos orientales se acerca con un ticket con el número 72, y le pregunta a Amber si cree que podrá entrar. “Acá nada es seguro, pero yo no me haría ilusiones”, responde amable. Pero la mujer se queda esperando, y el murmullo impaciente se apaga de golpe cuando Lauren aparece con el número de asientos disponibles para hoy: son nueve. Estoy adentro, pero la pareja que estaba detrás mío debe decidir quién de los dos entra, y quién espera afuera. Nunca un octavo lugar resultó tan ganador.
La nueva espera se hace en un mezzanine, un sector intermedio entre el séptimo piso y el estudio 6B, donde se graba el programa. Allí un miembro de la producción repite lo que todos ya leímos en los carteles: dentro del estudio los celulares deberán estar apagados. “No queremos que se difunda nada del programa hasta su horario de salida y no queremos tener que sacarlos de ahí”. Todo con una sonrisa, claro. Ni yo ni nadie quiere poner a prueba qué tan buenos son con la seguridad, así que sólo me limito a sacarle una foto a mi ticket con mi número 8, y a enviarla por Whatsapp junto al texto “¡Entré!”.
Todavía no son las 5 de la tarde, pero adentro ya es de noche. Un animador nos recibe. No dice su nombre porque no importa. Su tarea es arengar a los 226 que lo logramos, a los que en apenas minutos Jimmy estará aplaudiendo y felicitando. Pregunta de dónde somos, y hay de Australia, de Canadá, de Nueva Zelanda y, claro, de la Argentina. El animador sin nombre me pregunta cómo la estoy pasando, con quién fui y qué hago ahí. Bien, solo y vine a ver el programa para contar cómo funciona por dentro. Que a quién le voy a contar. Que soy periodista y que todo va a salir publicado en LA NACION Revista. Que si sólo voy a basar mi reseña en el programa de hoy. Que sí. Que eso es una gran presión para ellos, que va a hablar con Jimmy para que haga su mejor esfuerzo para que las seis o siete personas que los miran en la Argentina queden contentas. “¿Argentina? Yo estuve en la Argentina”, grita desde el escenario John Pizzarelli, el músico invitado de esta noche, que visitó el país en 2011. “Tienen el mejor bife.” De golpe y por algunos segundos, la Argentina y su carne son los únicos temas de conversación en el corazón del Rockefeller Center.
Empieza el programa y, como si fuera necesario, las pantallas piden aplausos. Si bien hay tiempo para arreglar posibles problemas que se puedan presentar, el programa es grabado como un falso vivo, para no quitarle frescura ni ritmo al show. El estudio es cálido, revestido en maderas suaves y alfombras, lo que le da una sensación de living, de estar en casa y de querer quedarse. Quizás por eso Fallon charla con sus invitados aún durante el corte, se mueve, se acerca a un costado para que le retoquen el maquillaje y corre hacia el otro para intercambiar palabras con Questlove, el baterista y líder de The Roots, la banda residente del programa. El grupo –que no es el típico rejunte de músicos que tocan sólo en televisión– tiene una larga historia que ya suma 28 años, la mayoría de ellos ligados al hip-hop, pero también al rhythm and blues y al rock; y es por ello que no sólo cumplen la función de musicalizar el show durante el aire y sus pausas, sino que también sirven de banda de acompañamiento para las celebridades que visitan el programa, como Madonna, Justin Bieber, Christina Aguilera, Sam Smith, U2, Paul McCartney y Barack Obama.
Fallon divierte y se divierte. Podría quedarse quieto y dejar que todos trabajen para él, pero se acerca a conversar con su productora en el piso, dispara chistes fuera de libreto con sus invitados (hoy Cate Blanchett y Anthony Mackie, pero que podrían haber sido Hillary Clinton, Donald Trump, Lady Gaga, Kevin Spacey, Michelle Obama o Ben Stiller, por mencionar sólo unos de los muchos que lograron estar ahí) y se queda sentado en su escritorio, estático y silencioso, para mirar a Tinashe, el número musical de esta noche, que también podría haber sido Neil Young, Adele, Bruce Springsteen, Eddie Vedder o Justin Timberlake, entre cientos.
* * *
Despedida. Más aplausos, esta vez de pie. El animador anónimo me pregunta cómo estuvo, y se responde con un pulgar arriba. En unos minutos el estudio quedará tan vacío, limpio e impecable como si nada de lo que ahí sucedió hubiese pasado. Antes Fallon se acerca a los pasillos de las tribunas y pregunta cómo la estamos pasando. Pregunta si queremos hacerle alguna pregunta, y todos amontonan sus voces para interrogar acerca de lo mismo: cómo está su dedo (Fallon sufrió en julio un accidente en la cocina que casi le hace perder su dedo anular) y que cuente algo sobre sus hijas, Winnie y Frances. Eso es lo que el público quiere saber sobre él, o lo que él selecciona por entre todas las preguntas. No parece casual que Jimmy hable de su familia y del accidente, ya que fue él mismo quien contó que durante los 10 días que estuvo internado no hacía otra cosa que pensar en ellos y en volver al programa. “Yo le pertenezco a la TV, y mi trabajo es hacer reír y que la gente pase un buen rato, y por eso tenía que volver.”
Está ahí. Lo hizo. Lo logró.
Publicada en La Nación Revista.